La práctica de la arqueología en Ecuador está limitada por cuestiones de clase y género desde sus inicios en el siglo veinte (Valentina Martínez y Michael Harris 2019). En esta época inicial, las investigaciones de campo e interpretaciones sobre el pasado estaban en manos de elites nacionales. Por ejemplo, Hugo Benavides (2011: 253) escribe que tanto Jacinto Jijón y Caamaño como Emilio Estrada Icaza «pertenecían a la élite cultural, política y financiera del país.» Esta situación cambió en la década de los 80, cuando hombres y mujeres representando a varios grupos económicos empiezan a profesionalizarse. Sin embargo, las instituciones educativas se mantienen con un profesorado en su mayoría representado por hombres, contribuyendo a la desvalorización del trabajo de las mujeres hasta muy recientemente.
La inclusión de mujeres ecuatorianas en el quehacer arqueológico comenzó en la segunda mitad del siglo veinte con la participación destacada de la guayaquileña Resfa Parducci. Su labor y contribuciones se dieron en una época donde socialmente la aportación de la mujer en temas que la situaban fuera del área doméstica eran demonizados; así el aporte de Resfa fue invisibilizado en comparación con la de sus contrapartes masculinas de la época.
A pesar de la apertura de la carrera de Antropología de la Pontificia Universidad Católica de Ecuador (PUCE), a finales de los 70, la situación de las mujeres permaneció sin muchos cambios. Rocío Murillo (2019), señala que los estudiantes formándose como profesionales de las Ciencias de Educación con especialidad de Historia y Geografía, realizaban prácticas (de campo y laboratorio) en el Centro de Investigaciones Arqueológicas de la misma universidad. La mayoría de quienes participaban eran mujeres. Es más, durante el período de 1986 a 1988 solamente mujeres fueron entrenadas en dichos talleres, y luego algunas de ellas entraron a laborar en el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural, como técnicas (ibid). Es decir, estas mujeres recorrieron un camino similar al de Resfa Parducci con resultados también análogos. Ellas se encargan habitualmente de ejecutar las diferentes partes de los procesos arqueológicos: excavación, recuperación de datos, análisis e interpretación, sin recibir el reconocimiento de parte de la academia, y/ó de los directores de investigaciones –usualmente masculinos. Con la creación de las carreras de arqueología en Guayaquil y Quito, en la década de los 80, la participación de las mujeres se ha incrementado. Sin embargo, no existe una representación real de acuerdo con los primeros datos estadísticos que presentamos a continuación.
Lamentablemente, al no contar con estadísticas sobre el número, composición y distribución de mujeres profesionales dentro de la arqueología ecuatoriana, es difícil hacer una evaluación de nuestra situación profesional. Los datos aquí compilados provienen de una sistematización realizada sobre la base de la lista de arqueólogos y arqueólogas registrados en el Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC). Para poder realizar investigaciones de campo en Ecuador, todo investigador tiene que registrarse en el instituto.
Según información del Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC), existen aproximadamente 196 profesionales registrados oficialmente (Tabla #1).